“El consumidor final, sea este nacional o regional inclusive, puede llegar a ser sacrificado con autoabastecimientos forzados. Si bien en mejora de ello se ha beneficiado del intercambio existente a través del comercio internacional -internacionalización-, por el cual se entiende se ha empleado de forma más eficiente los recursos productivos de los demás países; aún puede llegar a ser un consumidor sacrificado”.
Con el establecimiento de la Organización Mundial de Comercio (OMC), y sus dos cláusulas principales de no discriminación y de nación más favorecida, liberalizando de forma progresiva el comercio mundial, sus miembros llegan a representar el 98% de este; profundizando la cooperación entre ellos, se llega a establecer lo que conocemos como la Globalización -resultado más extremo de la internacionalización-.
En base a las diferentes ventajas con las que cuenta o puede llegar a contar un determinado país, en un mundo dinámico, se busca que se especialice en la producción de aquellos bienes en los que es más eficiente y los intercambie por productos que otro país los produce de forma también más eficiente. Hasta lograr un mundo crecientemente integrado por medio de la Cadena Global de Valores, donde la decisión de la producción y consumo ya no necesariamente ocurre en un mismo territorio.
Así, cuando el consumidor final adquiere un producto ya especializado, consideramos que se están generando efectos positivos en su nación, región y en el resto del mundo, principalmente en términos de actividad económica y empleo; pero también su accionar puede llegar a generar efectos negativos -contaminación, uso de recursos, uso de materiales, etc.-
No obstante, en este panorama prometedor, a la vez que desafiante, los países de América Latina no han logrado esta inserción internacional de forma exitosa, basando la misma en productos primarios y en menor medida industria manufacturera -etapas finales en determinadas industrias, como el ensamblaje en el sector automotriz-
En este panorama de relativa visibilidad, establecido, dinámico, especializado, el impacto de los primeros misiles rusos en Ucrania llega a tener repercusiones a unos 10.500 kilómetros de distancia, en las enormes plantaciones brasileñas; o el confinamiento tras el auge del coronavirus en el gigante asiático no ha permitido que las autopartes de los vehículos puedan ser remplazadas por largos periodos de tiempo; o peor aún, parece que el planeta enfrenta ahora una crisis más profunda, una escasez de productos, principalmente alimentos. Esta incertidumbre podría recrudecer -o por lo menos no podemos prever sus implicancias-, pero podemos imaginarnos repasando la experiencia en la historia; estamos entrando en un nuevo ciclo en el orden internacional, un mundo más fragmentado con efectos en el comercio global que son difíciles de prever.
El libre comercio ya se ve afectado y esto permite que resurja la óptica de mirar al vecino, sacar de los archivos a la tercera cláusula más importante de la OMC, la cláusula de habilitación, aunque pensar en la región o en los países que la componen, a veces es reducirse a tener la simple idea basta y, a manera de ejemplo, de que Ecuador es la banana o de que Colombia es el café; y donde no existen más rastros de Bolivia que el de su bandera en la embajada.
Mirar al vecino en estos tiempos de pandemias y de guerras podría permitir que, a pesar de apostar por el segundo mejor, se está acercando a una situación más eficiente, una desviación de comercio que podría generar una creación de comercio “paradójicamente”; potenciar a la industria ya establecida y a la larga promover el desarrollo de industrias nacientes. Diseñar estrategias de inserción comercial internacional efectivas a nivel nacional y regional, crear nuevos vínculos comerciales no existentes previamente en base a intereses propios, prioridades y posibilidades; potenciar los procesos de integración regionales, un gran reto. Finalmente, beneficiar al consumidor final, razón por la cual un mundo de especialización es pensado.
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